
Pasión por la cerámica XX. El misterio de las macetas Shinwatari.
Entre 1911 y 1940, China y Japón jugaron al gato y al ratón en un tablero donde la pólvora hablaba más alto que la diplomacia. Hubo roces, escaramuzas y alguna que otra puñalada trapera entre embajadores, hasta que la tensión, que olía a pólvora desde hacía tiempo, estalló en una guerra a cara de perro: la Segunda Guerra Sino–Japonesa (1937-1945). Aquello no fue más que un sangriento ensayo general, un prólogo siniestro de la carnicería que estaba por venir, la Segunda Guerra Mundial, el mayor festín de sangre y hierro que ha conocido la humanidad.
El contexto histórico.
A comienzos del siglo XX, China estaba sumido en la decadencia y la corrupción de la dinastía Qing. En 1911 estalló una chispa que incendiaría el imperio: la Revolución de Xinhai. Los revolucionarios, hartos de siglos de opresión y humillación extranjera, se alzaron contra el trono. Sun Yat-sen, desde el exilio, se erigió como líder de este movimiento que buscaba modernizar y liberar a la nación.
Tras la Restauración Meiji, el país había abrazado la modernidad con gran voracidad, adoptando tecnologías occidentales y reformando sus estructuras sociales y políticas. Sin embargo, bajo la superficie de este progreso, latía un corazón imperialista que buscaba expandir su influencia más allá de sus costas.
Con la abdicación del último emperador en 1912, nació la República de China. Pero la esperanza pronto se tornó en desilusión. El país se fragmentó bajo el yugo de señores de la guerra, cada uno más despiadado que el anterior, sumiendo a la nación en un caos de ambiciones y traiciones.
En medio de este desorden, emergieron dos figuras que marcarían el destino de China: Chiang Kai-shek, líder del Kuomintang, y Mao Zedong, al frente del Partido Comunista. Aliados en un principio contra los señores de la guerra, pronto se volvieron enemigos acérrimos, arrastrando al país a una guerra civil sin cuartel.


En 1912, con la muerte del emperador Meiji, se cerraba una era de transformaciones profundas. Su sucesor, el emperador Taishō, asumió el trono en medio de tensiones internas y externas. Japón, que ya había demostrado su poderío militar en la guerra ruso-japonesa de 1904-1905, comenzó a mirar con codicia los vastos territorios de Asia oriental.
Aliado de potencias occidentales durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918), Japón vio la oportunidad, mientras Europa se desangraba en las trincheras, de consolidar su presencia en China, presentando las «Veintiuna Demandas» a una República China tambaleante, buscando controlar vastas regiones chinas política y económicamente.
La Gran Depresión de 1929, llevando al desempleo y al descontento social fue el caldo de cultivo para que el militarismo comenzara a ganar terreno, y voces que clamaban por una expansión agresiva se hicieron más fuertes.
Japón continuaba mirando con codicia las tierras chinas. En 1931, sin una declaración formal de guerra, Manchuria cayó bajo su control. Japón estableció el estado títere de Manchukuo, con el último emperador chino, Puyi, como figura decorativa. La comunidad internacional condenó la agresión, pero las sanciones fueron tibias, y Japón se retiró de la Sociedad de Naciones en 1933, desafiando abiertamente el orden mundial establecido.
En 1937, la invasión se intensificó, desatando una brutalidad que dejó cicatrices imborrables en el alma china.
El ascenso del militarismo fue imparable. Los líderes civiles fueron desplazados o eliminados, y el gobierno cayó bajo el control de oficiales que veían en la guerra la solución a los problemas económicos y demográficos de la nación. La propaganda exaltaba el bushido, el código de honor samurái, y preparaba a la población para futuros conflictos.
Las tensiones con China estallaron en una guerra abierta tras el Incidente del Puente Marco Polo. Las tropas japonesas avanzaron rápidamente, capturando ciudades clave como Pekín y Shanghái. Sin embargo, fue en Nankín donde el mundo fue testigo de la brutalidad desatada: masacres, violaciones y una destrucción sin sentido que dejaron una mancha imborrable en la historia.
Al llegar 1940, Japón había firmado el Pacto Tripartito con Alemania e Italia, alineándose con las potencias del Eje. La nación se encontraba en una encrucijada, embriagada por sus éxitos militares pero cada vez más aislada diplomáticamente. La maquinaria bélica seguía su curso, y el sol naciente se preparaba para desafíos aún mayores en el horizonte.
Así, en menos de tres décadas, Japón transitó de una nación en proceso de modernización a un imperio agresivo, cuyas ambiciones y acciones cambiarían para siempre el curso de la historia mundial.
Las macetas Shinwatari
Las macetas chinas llegadas a Japón en este periodo son de tan buena calidad como la de los periodos anteriores, las Kowatari y las Nakawatari, pero sus formas y diseños varían ampliando el abanico de modelos y decoraciones. Se ven bandejas considerablemente más planas, acabados bruñidos, formas de saco, decoraciones incisas, etc.
Se denominan Shinwatari o Shinto (新渡) y también Imawatari (今渡), términos que significan literalmente «Nuevo cruce» y llegan a las islas, como hemos comentado, entre 1911 y 1940. Jhon Yoshio Naka, cita textualmente: «Las macetas que llegaron antes del comienzo de la segunda guerra mundial». Algunas imitan formas y hasta los agujeros de drenaje de las antiguas macetas Kowatari: orificios rectangulares o en forma de trébol, pero en general, los agujeros de drenaje más modernos suelen indicar el periodo, aunque, como en todo, hay excepciones.


Elegante maceta china ovalada Shinwatari. La calidad de la pasta y el impecable acabado son incuestionables.
Medidas: 42,4 x 28 x 14 cm. Colección LaosGarden.



La textura dista mucho de las porosas macetas Nakawatari. En este ejemplo mostramos una maceta Shinwatari sin esmaltar, rectangular, de formas rectas, labio abierto y cantos biselados. Sellada por el horno Youzenshisa. Archivo LaosGarden.



Fotos tomadas en este periodo que muestran algunos modelos de macetas que se empleaban en China.


Como hemos comentado, el abanico de formas y colores de las macetas Shinwatari es más amplio que en épocas anteriores, en los ejemplos vemos una maceta formal rectangular, muy plana y esmaltada en azul claro o «Kinyo», también sellada. (Arriba).
Elegante maceta rectangular Shinwatari con decoración de texto inciso, posiblemente de principios de siglo. Sin sellar. Medidas: 48,5 x 28 x 14 cm. Colección LaosGarden. (Abajo).




El misterio de las macetas Shinwatari
Las macetas Shinwatari son difíciles de encontrar. Son más escasas que las Kowatari, y especialmente las Nakawatari, que se pueden adquirir en el mercado actual. Y si alguien cree que deberían verse más a menudo por haber llegado a Japón en un periodo relativamente reciente, entre 1911 y 1940, esta equivocado. Porque si hubo años en los que el mundo fue un avispero, fueron esos.
Japón y China ya llevaban tiempo midiéndose los colmillos, y cuando en 1937 la cosa explotó del todo, no quedó espacio para muchas delicadezas. La Segunda Guerra Sino-Japonesa prendió la mecha de la gran tormenta que arrasaría medio planeta, y entre invasiones, masacres y una economía volcada en la guerra, no era momento de ponerse a fabricar macetas. O sí, pero pocas. Y de ahí su escasez: son, en el fondo, la huella silenciosa de un tiempo de pólvora y acero.
No es extraño, entonces, que el catálogo de sellos de la época sea más bien exiguo en comparación con los nutridos listados de marcas Nakawatari y Kowatari.
Tampoco es que antes estuviera la cosa mucho mejor. Las macetas Nakawatari, producidas entre 1886 y 1911, surgieron en otra época revuelta, con la Primera Guerra Sino-Japonesa (1894-1895) marcando el pulso de la región. Aquel conflicto fue breve, sí. Pero suficiente para que quedara claro quién mandaba en Asia y para preparar el terreno de futuras rencillas. El mundo avanzaba a bayonetazos y Japón no era la excepción.
En resumen, las macetas Shinwatari son lo que son: pocas, esquivas, y testigos mudos de un Japón que cambiaba a golpe de guerra y ambición.

Buscar estos «tesoros» entre las macetas a la venta en Japón es más que una afición para nosotros.
El peligro de las falsificaciones y la emisión de certificados de autenticidad
En el vasto y sombrío teatro del comercio global, donde la codicia y la desidia se entrelazan en un baile macabro, las falsificaciones se erigen como espectros que acechan la integridad de nuestras transacciones. No se trata solo de meras imitaciones inofensivas; estas sombras maliciosas representan un peligro tangible para la sociedad.
Las macetas Shinwatari, Nakawatari y Kowatari, al igual que ciertos autores japoneses de renombre, son lamentablemente objeto de las peligrosas falsificaciones. Estas piezas, cargadas de historia y tradición, son objeto de deseo para coleccionistas y aficionados. Sin embargo, surge una pregunta recurrente: ¿existen certificados de autenticidad que avalen su origen y antigüedad?
La realidad es que, en la mayoría de los casos, no hay entidades que certifiquen oficialmente el momento en que estas macetas llegaron a Japón o su autenticidad exacta. Con el tiempo y la experiencia, los expertos aprenden a distinguir las piezas originales de las copias, basándose en factores como los tipos de cocciones antiguas, las tipologías de las formas o los drenajes y las pátinas que adquieren con el tiempo. De hecho, en ocasiones, se nos ha solicitado actuar como peritos debido a nuestro conocimiento en la materia.
Existen macetas catalogadas en diversos registros, ya sean de museos o de colecciones privadas. Algunas de estas piezas son consideradas Tesoros Nacionales, lo que les otorga un valor incalculable. Al igual que anteriormente profundizamos en temas como los Artesanos Tradicionales o la Medalla y Certificado de la Orden del Tesoro Sagrado, en futuros artículos exploraremos más a fondo estas piezas catalogadas.
Es esencial destacar que, aunque no haya certificados formales para muchas de estas macetas, la comunidad de expertos y coleccionistas confía en el conocimiento acumulado y en la documentación existente para validar la autenticidad de las piezas. La experiencia y el estudio detallado son fundamentales para apreciar y reconocer el verdadero valor de estas joyas de barro cocido. Los únicos certificados de macetas que para mi gozan de validez son los que emiten en el vivero Yorozuen.
Para aquellos interesados en adquirir macetas auténticas, es recomendable consultar con expertos o instituciones especializadas. En Japón, unos de los mayores especialistas en la materia son la familia Fukano. Su vivero Yorozuen ha sido gestionado por tres generaciones de esta familia, que posee algunas de las credenciales más destacadas en el ámbito de la cerámica y el bonsái shohin. Ayumu Fukano es, además, el Director Ejecutivo de la «All Japan Shohin Bonsai Association» (la organización oficial de cerámica), y su hermano mayor también es asesor oficial. Muchas de las fotos utilizadas en las publicaciones más reconocidas pertenecen a su archivo con derechos de autor. Agradezco a Ayumu tanto por su cercanía y trato amistoso, como por su gran labor de difusión de su vasto conocimiento en cerámica para bonsái.

En resumen, aunque la ausencia de certificados formales pueda parecer un obstáculo, el conocimiento y la experiencia en el campo permiten distinguir y apreciar las auténticas macetas Shiwatari, Nakawatari y Kowatari. La dedicación al estudio y la consulta con expertos son las mejores herramientas para cualquier coleccionista o aficionado que desee adentrarse en este fascinante mundo.
¿Qué es la termoluminiscencia?
Durante mi etapa como arqueólogo, propuse enviar el material cerámico de la excavación en la que trabajaba a la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) para su datación. Como antiguo alumno de la UAM, conocía la existencia de su centro de datación por termoluminiscencia. Al contactar telefónicamente, fui atendido amablemente por Juan Carlos Rodríguez Ubis, profesor del Departamento de Química Orgánica y, en ese momento, encargado del Centro de Termoluminiscencia de la universidad. Años después, gracias al bonsái conocí personalmente a Juan Carlos cuando ejercía como presidente del Club de Bonsái Mirasierra de Madrid; recordamos aquella conversación inicial de manera fortuita. Lamentablemente terminamos enviando las piezas a datar a California, salía más económico, cosas de la globalización.
Aunque sería ideal que Juan Carlos, no se me ocurre nadie más capacitado, nos ilustrara sobre la termoluminiscencia, intentaré hacerlo yo mismo con mis limitados conocimientos sobre la materia.

La termoluminiscencia es un fenómeno físico que se caracteriza por la emisión de luz cuando ciertos materiales, principalmente minerales cristalinos como el cuarzo y el feldespato, son calentados después de haber acumulado energía debido a la exposición a radiaciones ionizantes a lo largo del tiempo. Esta propiedad es aprovechada en arqueología para determinar la antigüedad de objetos que han sido sometidos a altas temperaturas, como cerámicas, ladrillos o piedras de hornos.
Cuando un material cristalino es expuesto a radiación ambiental, los electrones en su estructura pueden ser excitados y quedar atrapados en defectos de la red cristalina, conocidos como «trampas».
Para la datación de las macetas de bonsái, cosa que se me pasó por la cabeza en su momento, hay dos inconvenientes:
La prueba es bastante invasiva, hay que trocear una parte de la maceta y hacerla polvo para la prueba.
Los momentos en los que se cuecen las cerámicas de bonsái son bastante recientes para este tipo de pruebas y los márgenes de error serian elevados
Créditos:
Ishiya-ishitake.jp, wikipedia Okamotoorimono.jp,
Técnicas del Bonsái de John Yoshio Naka, El Mundo Chino de Jacques Gernet.
Archivo LaosGarden, Fotos Japón: Antonio Richardo.