Hattori Tomoyuki
Hattori Tomoyuki, cuyo nombre da título a su propio horno, es uno de esos artistas hechos a sí mismos. Nacido en 1952 en Tajimi, en la prefectura de Gifu —territorio fronterizo de Aichi, donde se asienta Tokoname—, Hattori proviene de una tierra que respira arcilla y memoria: Tajimi, cuna de la cerámica de Mino, o Mino-Yaki, una tradición alfarera que se remonta a más de mil trescientos años. No se trata solo de historia: hoy, aproximadamente la mitad de la producción cerámica de Japón lleva el nombre de Mino, con sus esmaltes oribe y shino reluciendo como signos de identidad nacional.
Hattori, sin embargo, no se conformó con la herencia local. Cruzó fronteras cuando emigró a la Alemania Occidental anterior a la reunificación, donde se formó en el Instituto de Cerámica Artística de la Universidad de Ciencias Aplicadas de Koblenz. Europa, con su rigor y su pluralidad, dejó en Hattori una huella indeleble: una apertura de miras que lo convirtió en un ceramista atípico, más universal, más permeable al diálogo entre culturas.
Fue en 1977 cuando comenzó a modelar sus primeras macetas para bonsái, pequeñas arquitecturas vivas donde la tierra y el arte dialogan en silencio. Su primer reconocimiento no tardaría en llegar: en 1980, su obra fue premiada en la exposición nacional “Enkoku Shobachi Meisakuten”. A partir de entonces, su trayectoria se ha jalonado de distinciones y homenajes. Ya instalado en Tokoname, la ciudad de los hornos eternos, Hattori vería su labor recompensada en múltiples ocasiones con el prestigioso Premio de Artes Cerámicas Nagamitsu.
Porque Hattori Tomoyuki no solo moldea la tierra: moldea también una forma de ser, una manera de entender el tiempo y la belleza.

Hattori fue, para nosotros, mucho más que un ceramista consumado: fue un espíritu entrañable, un artesano de la materia y de la amistad. Su maestría en el oficio, evidente en cada pieza nacida de sus manos, se veía acompañada por una simpatía natural, una amabilidad serena que convertía su taller en una cita ineludible, un pequeño santuario de hospitalidad y belleza. Hace poco, Hattori nos dejó, y en nuestro último viaje a Tokoname, en 2024, nos golpeó la tristeza de no poder rendirle nuestra visita acostumbrada, de no hallar encendida la morada que fue su taller y su hogar, donde el arte y la vida convivían en íntima armonía.

En el jardín de Hattori en 2016.
Muy cerca de dónde vivía, llamaba la atención una escultura de una enorme cabeza de gato. Era casi un ritual pasar por el maneki-neko de camino a casa de Hattori. El maneki-neko, (招き猫), es quizás, uno de los amuleto de la suerte más conocidos en la cultura japonesa.
En el jardín de Hattori, en aquel año de 2016, se erguía, a escasa distancia de su residencia, la imponente escultura de una cabeza de gato, una figura singular que no podía sino atraer la atención de cuantos por allí transitaban. Había convertido en un hábito casi ceremonial el hecho de pasar ante el maneki-neko camino a casa de Hattori, como quien rinde un discreto homenaje.
El maneki-neko —招き猫, para decirlo con la grafía que le es propia— constituye, sin duda, uno de los amuletos de la fortuna más reconocidos y venerados dentro de la vasta cultura japonesa. Pero aquel, plantado en el jardín de Hattori como un vigía de los días, no era mero objeto de superstición: era emblema, era símbolo, era la memoria pétrea de una esperanza antigua, erigida en medio del tráfago cotidiano.


Historia del Maneki-Neko
Este simpático gato, con su patita levantada, es conocido internacionalmente, curiosamente, mucha gente piensa que es chino, pero no, es cien por cien original de Japón.
Cuenta una leyenda del siglo XVII, en el período Edo, que había un templo muy pobre llamado Gotokuji. El anciano monje que lo habitaba compartía la escasa comida que tenía con Tama, una pequeña gata.
El acaudalado señor feudal de la zona, Ii Naokata, fue sorprendido por una gran tormenta mientras cazaba y se refugió bajo un árbol muy cerca del templo. Cansado, hambriento y abatido, vio una gata blanca, negra y marrón que le hacía señas levantando la pata para que se acercase al templo Gotokuji.
Cuando Ii Naokata se acercó a la gata cayó un rayo sobre el árbol que le cobijaba. En el templo pudo descansar y comer algo. El señor feudal quedó tan agradecido que donó al templo campos de cultivo, financió las reparaciones y lo dotó con financiación haciendo del templo un lugar rico y prospero.
SIGNIFICADO DEL MANEKI-NEKO
Existen diferentes tipos de significado del maneki-neko, dependiendo de cómo esté representado:
- SOSTENIENDO UNA MONEDA: Atrae la riqueza y la prosperidad financiera.
- PATA IZQUIERDA LEVANTADA: Atrae a los clientes al negocio.
- PATA DERECHA LEVANTADA: Atrae el dinero.
- SOSTENIENDO UN PALO DE SAKE: Atrae la prosperidad en las relaciones y la vida social.
- MANEKI-NEKO BLANCO: Atrae la paz y la serenidad.
- MANEKI-NEKO NEGRO: Protección contra los malos espíritus.

Un recorrido por las macetas de Hattori Tomoyuki
Retomando la figura de Hattori Tomoyuki, resulta pertinente realizar un breve recorrido por su producción cerámica, en particular por sus macetas, que han alcanzado un notable reconocimiento tanto en el ámbito del bonsái como en el coleccionismo especializado.
Las obras de Hattori son altamente valoradas por su funcionalidad, la riqueza cromática de sus esmaltes y, especialmente, por la calidad de su envejecimiento. Expuestas a la intemperie, sus piezas desarrollan pátinas de gran belleza, lo que evidencia una maduración estética que solo el paso del tiempo y la interacción con el entorno pueden conferir.
A partir de la primera década del siglo XXI, el ceramista optó por cesar la producción de macetas de gran formato, concentrando su labor en formatos reducidos, con especial dedicación a las macetas de tamaño shohin. Todas sus piezas eran elaboradas de forma completamente manual, sin el empleo de moldes, lo que otorga a cada ejemplar un carácter único. Las pastas claras utilizadas en su proceso aportaban a las piezas una textura porosa y un acabado de notable refinamiento, cualidades que contribuyen a la singularidad de su obra.


Fotos realizada en Laos Garden (2017) de nuestra colección de Hattori Tomoyuki, macetas grandes.


La riqueza de formas y colores que ofrece la obra de Hattori no es mera variedad: es una celebración estética, un catálogo sensorial donde la materia alcanza su más alta expresión artística. Hattori no se limita a crear piezas de cerámica; Hattori, con el conocimiento ancestral de los esmaltes, el dominio del fuego y la precisión técnica, entrega al mundo objetos que trascienden su condición utilitaria para inscribirse en el territorio de lo eterno.
Cada una de sus creaciones encierra la sabiduría del artesano y el gesto del poeta. Hay en sus manos una alquimia rigurosa, casi litúrgica, que convierte el barro en testimonio y los esmaltes en lenguaje. Su cerámica no se contempla, se lee, se escucha: habla de belleza, de contención, de equilibrio.
En la parte superior izquierda o arriba, se muestra una de sus macetas de gran tamaño, revestida con un esmalte rosado matizado por salpicaduras de verde claro que, al encontrarse, generan un contraste tan delicado como sorprendente. A la derecha o abajo, otra maceta de tamaño similar, esta vez con una sobria elegancia: un esmalte blanco impecable, puro, que cubre sus 42 centímetros de largo con una serenidad casi ceremonial.




Esmaltes increíblemente luminosos y perfectamente aplicados que dan acabados a macetas de shohin con altísima usabilidad.


Los craquelados imposibles y las pátinas que con el tiempo adquieren las macetas se pueden apreciar claramente en las fotos (arriba).



Resultan altamente codiciables las macetas de Hattori que presentan serigrafías o dibujos transferidos con meticulosa técnica. Fue el propio maestro Hattori quien, en el transcurso de una visita en 2017, nos relató con tono contenido y melancólico que un amigo suyo, pintor de gran sensibilidad, era el autor de tales decoraciones y que, lamentablemente, había fallecido poco tiempo atrás. Con su habitual cortesía, Hattori tuvo a bien mostrarnos los últimos ejemplares de aquellos dibujos destinados a las macetas, que conservaba celosamente en una antigua caja metálica de galletas.
En la parte superior izquierda o arriba se aprecian pequeñas macetas shohin de Hattori, expuestas en una vitrina de Laos’ Garden en el mencionado año de 2017. En la parte derecha o abajo, se observa una maceta sin esmaltar con el detalle de la pata de nube finamente trabajada, pieza perteneciente a la colección de Laos’ Garden. Estas macetas son de aparición sumamente infrecuente, motivo por el cual constituyen un verdadero objeto de deseo para los coleccionistas más exigentes. Cabe señalar, además, que algunas de las piezas sin esmaltar llevan impreso un raro sello de Hattori, distinción excepcional, ya que el artista acostumbra a firmar sus obras a mano alzada.




En Laos Garden, disponemos de una amplia sección de macetas de autor, entre ellas una sección de Hattori. Os invitamos a entrar en nuestra página web para visitar todas las macetas de este maravilloso ceramista. Todas las macetas y fotos de las mismas del artículo pertenecen a la colección de Laos´Garden.
Todas las macetas empleadas en el artículo provienen del archivo y colección de LaosGarden.
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